La
angustia de la separación. Carlos González
La relación entre
madre e hijo es especial; y durante los primeros años la separación
es
dolorosa para ambos. Bueno, no sé si la separación deja alguna vez de ser
dolorosa para la
madre...
¿Por qué siempre “madre e hijo”? No, no estoy
olvidando el importante papel del padre, ni
mucho menos participando en una
obscura conspiración para mantener a las mujeres en sus
casas. Para hablar
con absoluta propiedad, cada niño establece una relación especial con
una
“figura de apego primario”. Esa figura puede ser el padre, o la abuela, o
hasta la monjita del
orfanato. Pero en todo caso sólo es una, y casi siempre
es la madre. Como “figura de apego
primario” es largo y feo, en lo sucesivo
diré simplemente “madre”.
A partir de su relación con la madre, el niño
establecerá más adelante otras relaciones con
otras figuras de apego
secundarias: padre, abuelos, hermanos, amigos, maestros, novio,
compañeros de
trabajo, jefes, cónyuge, hijos... Cuanto más sólida y segura es la relación
con
la madre, más sólidas y seguras serán las demás relaciones que el
individuo establezca a lo
largo de su vida.
Esta relación entre madre e
hijo se mantiene por una serie de conductas de apego instintivas,
tanto en
una como en otro. La conducta del recién nacido es completamente
instintiva,
aunque con el tiempo va aprendiendo a modificarla en el sentido
que marcan las pautas
sociales. La conducta de la madre es en gran parte
aprendida; pero por debajo siguen estando
unos sólidos instintos. No cuida
usted a sus hijos porque se lo hayan explicado en el curso de
preparación al
parto, ni porque se lo inculcaran en el colegio, ni porque lo recomienden
en
revistas como esta... hace millones de años, las mujeres (o lo que había
antes) ya cuidaban a
sus hijos, y la prueba es que todavía estamos aquí.
Ningún niño puede sobrevivir si alguien
no le cuida, protege y alimenta
durante largos años, con infinita dedicación e
infinita
paciencia.
Habitualmente, las creencias, costumbres y normas
sociales van en el mismo sentido que el
instinto, y no hacen más que
matizarlo o encauzarlo. Pero cuando las normas nos obligan a
vivir en contra
de nuestros instintos surge un conflicto. Si alguna vez, en el cuidado de
su
hijo, se ha sorprendido a sí misma pensando algo así como: “Se me parte el
corazón, pero hay
que hacerlo”, o “Pobrecito, qué pena da, pero es por su
bien”, probablemente es que está
usted luchando contra sus más íntimos
deseos.
Los niños pequeños no pueden consolarse con ese tipo de
razonamientos. Sencillamente,
cuando su instinto va por un lado y el mundo
por otro, se enfadan muchísimo.
La reacción a la
separaciónTanto la madre como el niño muestran,
decíamos, una conducta de apego, una serie de
actividades tendentes a
mantener el contacto. La conducta de apego de la madre consiste en
acercarse
a su hijo, tomarlo en brazos, hablarle, hacerle carantoñas... La conducta de
apego
del niño, al principio, consiste en llorar y protestar. Más adelante
podrá gatear o caminar
hacia su madre. Funciona por el mismo mecanismo que la
conducta alimentaria: cuando
necesitamos comida tenemos una sensación
desagradable, el hambre, que nos mueve a
comer, y cuando comemos esa
sensación desaparece y nos encontramos bien. Pues cuando
madre e hijo se
separan se sienten mal; el niño llora y la madre le busca. Cuando vuelven
a
encontrarse desaparece aquel malestar; madre e hijo se tranquilizan y dejan
de llorar.
Cuando nuestras felices antepasadas sentían la necesidad de
acercarse a su hijo, simplemente
se acercaban. Probablemente sólo estaban
separadas de sus hijos de forma ocasional y
accidental. Aún hoy, una gran
parte de las madres del mundo llevan a su hijo a la espalda
durante todo el
día, y luego duermen a su lado durante toda la noche. Las
madres
occidentales, y no sólo cuando trabajan fuera de casa, tienen muchas
más oportunidades para
experimentar la ansiedad de la separación. En algunos
ambientes, la madre que pasa mucho
rato con su hijo es criticada; se insiste
en que reserve tiempo para sí misma, para su marido,
para actividades
sociales (en las que, por supuesto, llevar a un bebé sería de muy mal
gusto).
La ansiedad de la madre que debe separarse de su hijo durante unas
horas, para ir al teatro o
al restaurante, es un tema habitual de las
telecomedias: los complejos preparativos, las
inacabables instrucciones a la
canguro, las llamadas telefónicas, el precipitado regreso...
La reacción del
bebé, por su parte, no está en principio mediada por factores culturales.
El
recién nacido se comporta igual ahora que hace un millón de años. Pero los
niños aprenden
pronto, y adaptan su conducta a las respuestas del entorno.
Por ejemplo, un bebé al que
sistemáticamente se ignora, al que nadie coge en
brazos cuando llora, acaba por no llorar. No
es que se esté acostumbrando, ni
que haya aprendido a entretenerse solo, ni que se le haya
pasado el enfado;
en realidad, se ha rendido, se ha dejado llevar por la desesperación.
La
intensidad de la respuesta a la separación depende de muchos
factores:
1.- La edad del niño. Los menores de 3 años toleran mal las
separaciones; los mayores de 5
años suelen tolerarlas bien.
2.- La
duración de la separación. Las separaciones prolongadas (varios días seguidos
sin ver
a la madre) pueden producir un grave trastorno mental, el
hospitalismo (así llamado porque
era frecuente en niños hospitalizados cuando
no se permitían las visitas), caracterizado por
depresión y desapego
afectivo.
Basta con una separación muy breve para desencadenar una conducta
específica (“salgo un
minuto de la habitación y se pone a llorar como si le
estuvieran matando”). El método
habitual en psicología para valorar la
relación madre hijo, alrededor del año de edad, es el
llamado “test de la
situación extraña”. Consiste, básicamente, en que la madre salga de
la
habitación en la que está con su hijo mientras éste está distraído,
dejándolo en compañía de
una desconocida, permanezca fuera de la habitación
tres minutos, y vuelva a entrar. El niño
con un apego seguro, en cuanto nota
la ausencia de la madre, la busca con la mirada, se dirige
hacia la puerta,
con frecuencia llora. Cuando la madre vuelve a entrar la saluda, se acerca
a
ella, se tranquiliza rápidamente y sigue jugando. Los niños con un apego
inseguro o ansioso
se clasifican en dos grupos: elusivos o evitantes (parecen
tranquilos mientras la madre no
está, y la ignoran deliberadamente cuando
vuelve, disimulando su propia ansiedad) y
resistentes o ambivalentes (se
alteran cuando la madre no está, pero cuando vuelve se
muestran agresivos con
ella y tardan mucho en volver a la normalidad).
Mucha gente confunde
fatalmente los síntomas: llaman “caprichoso” o “enmadrado” al niño
que tiene
una relación normal con su madre, mientras que elogian al que muestra un
apego
ansioso elusivo: “se queda con cualquiera”, “no molesta”, “se
entretiene solo”...
Una separación de sólo tres minutos ya tiene un efecto
claro, y la respuesta depende de la
relación previa con la madre; de si el
niño está acostumbrado a que le atiendan y le hagan
caso, o a que le ignoren,
o a que le riñan.
Las separaciones más largas y repetidas producen una
reacción más intensa. Incluso los niños
con un apego seguro pueden mostrar
conductas evitantes o ambivalentes cuando la madre
vuelve del trabajo. Pueden
ignorarla, negándole el saludo y la mirada; o bien colgarse de ella
como una
lapa y exigir constante atención, o incluso mostrarse agresivos. Es muy
probable
que alternen las tres conductas en rápida sucesión. Es importante
que los padres comprendan
y reconozcan que estas conductas son normales. No
hay que tomárselo como algo personal,
su hijo no ha dejado de quererla ni
nada por el estilo. No está enfadado contra usted; está
enfadado por su
ausencia. Enfadarse con él, devolver el desdén con desdén o la ira con
ira,
intentar técnicas educativas para modificar la conducta del niño, no es
más que una pérdida
de tiempo. Ya que puede estar pocas horas con él, al
menos dedique esas horas a prestarle
atención y cariño, a demostrarle que le
sigue queriendo igual aunque él esté enfadado.
Tómelo en brazos, cómaselo a
besos, juege con él, recarguen baterías antes de la
próxima
separación.
3.- La frecuencia de las separaciones. Tras una
primera experiencia, el niño parece
desconfiado, exige atención constante,
como si vigilase a la madre temiendo que se vuelva a
ir, y puede reaccionar
aún peor la próxima vez.
4.- La persona que substituya a la madre. Si es
alguien a quien el niño conoce bien, que le
presta atención y le trata con
cariño, como el padre o la abuela, el niño puede soportar
bastante bien unas
horas de ausencia de la madre.
5.- La calidad de la relación previa con la
madre. Entre los menores de tres años, los que
tienen una mejor relación con
la madre son los que más parecen sufrir con la separación; en
el otro
extremo, los niños desatendidos hasta bordear el abandono apenas reaccionan
cuando
su madre se va. Un observador muy superficial puede pensar que el niño
está “tranquilo”, o
incluso “feliz”; en realidad, lo que ocurre es que está
tan mal que ya no puede estar peor; no
pierde nada cuando se va su madre, y
por tanto no le importa. Por desgracia, las madres
escuchan a veces consejos
como “no lo cojas en brazos, no le des el pecho, no juegues tanto
con él...
si se acostumbra, sufrirá más cuando tengas que volver a trabajar”. Pero así
el
sufrimiento es mayor, y desde el primer día; lo único que disminuye es la
manifestación
externa de ese sufrimiento. No, al contrario, dele a su hijo
todo el cariño y todo el contacto
físico que pueda, durante todo el tiempo
que pueda. Que tenga el mejor comienzo.
Después de los tres años, y sobre
todo de los cinco, ese buen comienzo da frutos manifiestos.
Son entonces los
niños que habían tenido una relación más intensa con su madre, más
brazos,
más contacto, más juegos, los que mejor se adaptan a la separación.
Porque el cariño
ilimitado de los primeros años les ha dado la confianza en
sí mismos y en el mundo que
necesitan para iniciar el camino de la
independencia. Ahora sí que están contentos en la
escuela, y es verdadera
felicidad y no simple apatía, una felicidad basada en la seguridad de
que su
madre volverá y les seguirá queriendo.
La conducta de apego (el llanto y las
protestas del niño separado de su madre) tiene un valor
adaptativo. Es decir,
a lo largo de millones de años, ha tenido un efecto, mantener juntos a
la
madre y a su hijo, efecto que ha favorecido la supervivencia de los niños
y por tanto de los
genes que regulan dicha conducta. Cuando la conducta de
apego alcanza su efecto se
refuerza; es decir, se repite con mayor intensidad
y frecuencia. Cuando no produce efecto se
debilita y puede llegar a
extinguirse. El primer día que usted vaya a trabajar, será
probablemente la
separación más larga de su hijo desde que nació.
Hasta ahora, cuando él se
encontraba solo, lloraba, y alguien aparecía en pocos minutos y le
cogía en
brazos; normalmente usted, a veces papá o abuela. Si el niño no se consolaba
en
pocos minutos con otra persona, usted siempre acaba por aparecer, tal vez
tardaba media hora
si había salido a comprar...
Pero hoy, haga lo que haga
su hijo, usted no volverá en ocho o diez horas. En el mejor de los
casos, si
está con la abuela o con otra persona que le puede prestar atención exclusiva,
esa
persona vendrá a consolarle en pocos minutos. Si está en una guardería
puede llorar durante
mucho rato sin que nadie le coja en brazos; la cuidadora
tiene ocho niños y sólo dos brazos.
Los primeros días puede que su hijo llore
bastante. Pero su llanto no tiene la respuesta
esperada; mamá no vuelve. El
niño aprende que, en determinadas circunstancias, llorar no
sirve de nada, y
poco a poco deja de hacerlo. Pero eso no significa que la separación ya no
le
afecte; las separaciones repetidas, recuerde, producen una angustia cada
vez mayor, que no se
manifestará mientras la madre está ausente, sino
precisamente cuando la madre vuelve.
Entonces las protestas del niño sí que
tienen (por fortuna) la respuesta esperada.
Dicho de otro modo: el niño puede
estar bastante tranquilo en la guardería, o con la abuela.
Puede estar
incluso, si tiene suficiente edad, contento y activo, jugando y riendo. Pero
cuando
vuelve a ver a su madre rompe a llorar, se le echa encima, se pega a
sus faldas, grita, le exige
brazos, se enfada con ella, le pega, vuelve a
llorar... Lo que se suele llamar “ponerse muy
pesado”.
Como de costumbre,
algunas personas lo entienden todo al revés. Si en la guardería
estuvo
jugando, es que no le pasa nada. Y si, no pasándole nada, luego se
pone a llorar, es que tiene
cuento o hace teatro. Y si hace teatro
precisamente con su madre es porque ésta se deja tomar
el pelo y no sabe
imponer disciplina, y él pretende hacer que se sienta mal, castigarla
por
haberse ido.
¿Qué debería hacer entonces el pobre niño para demostrar
que sí que le pasa algo, que no es
comedia? ¿Pasarse seis, ocho o diez horas
seguidas llorando en la guardería? Por favor, nadie
puede hacer eso, por
grande que sea su dolor. Imagínese que acude al funeral de un buen
amigo.
Seguro que pasa un rato muy triste, y en algún momento busca el contacto de
un
amigo común, se abrazan y lloran. Pero al cabo de unas horas estará
tomando un café, tal vez
con ese mismo amigo común, y hablarán de cosas sin
importancia, y sonreirá, y esa misma
noche cenará y verá la tele, y al día
siguiente irá a trabajar como si nada, y nadie en el trabajo
sabrá que viene
usted de un funeral, y alguien contará un chiste, y usted se reirá.
¿Significa
eso que no le pasa nada, que su dolor no era sincero, que sólo
hacía comedia? Pero no hace
falta recurrir a ejemplos tan extremos, pues
también la madre sufre cuando se separa de su
hijo pequeño. ¿Acaso no se le
partió el corazón cuando lo dejó por la mañana? ¿No ha
pensado varias veces
en él, qué hará, cómo estará, habrá llorado mucho? ¿No ha venido lo
antes
posible a recogerlo? Y, sin embargo, ¿no ha pasado la mañana trabajando
normalmente,
disimulando su dolor, hablando con la gente, sonriendo? Pues su
hijo ha hecho lo mismo.
No es raro que el niño llore más a medida que va
creciendo. A los 5 meses estaba tranquilo
en la guardería, y tranquilo en
casa. A los 14 meses llora cada mañana porque no quiere ir, y
pasa las tardes
de muy mal humor. Por un lado, como dijimos, la repetición de
las
separaciones aumenta la angustia. Pero, sobre todo, el niño de 5 meses no
puede sentarse, no
puede hablar, no puede gatear... sus posibilidades de
expresar la angustia son menores, pero
eso no significa que esté menos
angustiado.
A veces, este cambio es relativamente brusco. Un niño que parecía
bien adaptado a la
guardería de pronto se resiste con uñas y dientes tras las
vacaciones de Navidad o de verano.
Creo que en estos casos influyen dos
factores: por un lado, la relación con su madre ha
mejorado mucho en esas
semanas; ha sido tan feliz en su compañía que ahora la pérdida es
más
evidente. Por otro lado, los niños pequeños no comprenden muy bien eso de
las
vacaciones. Simplemente, se había acostumbrado a aceptar algo como
inevitable, Mamá
siempre se va a trabajar, y de pronto ve que no es
inevitable. “Si la semana pasada se quedó
conmigo, ¿por qué no puede quedarse
también esta semana?”.
Con
quién dejaré a mi hijoSi la madre tiene que ausentarse,
para ir a trabajar o simplemente para ir a comprar el pan,
alguien tendrá que
substituirla (es muy peligroso dejar a un bebé o a un niño pequeño solo
en
una casa, aunque sea poco rato). ¿Qué características debería cumplir esa
persona?
1.- Alguien que pueda dedicarle al niño tanto tiempo como le
dedica la madre. Por supuesto
que la madre no le dedica cada minuto de su
tiempo: va al lavabo, habla por teléfono, prepara
la comida... Pero cuando el
bebé está despierto, pasa mucho rato mirándole a los ojos,
diciéndole cosas,
tocándole, cantándole... y también mucho rato saludándole desde
lejos,
diciéndole alguna cosa al pasar para mantener el contacto. Si el niño
llora, la madre puede
acudir en pocos minutos (a veces, en pocos segundos), y
dejar cualquier otra cosa para
tenerlo en brazos todo el tiempo que haga
falta. La persona que la substituya, ¿tendrá tiempo
material para hacer lo
mismo?
2.- Alguien a quien el niño conozca. El padre es ideal, y la abuela (o
el abuelo, que cada vez
están más espabilados) u otros familiares también
suelen serlo, si han tenido suficiente
contacto previo con su hijo. Pero los
niños no sienten “la llamada de la sangre”; si nunca ha
visto a su abuela, es
tan desconocida como cualquier otra persona.
Muchas madres intentan
acostumbrar a su hijo a los biberones una semanas antes de volver al
trabajo.
Es un esfuerzo inútil, que suele conducir a la frustración (¿por qué iba a
aceptar un
biberón, si está allí el pecho de su madre?). No pierda el tiempo
con eso; lo realmente
importante es acostumbrarlo a la persona que le
cuidará. Si va a ser la abuela, que venga o
vayan a visitarla casi cada día.
Si va a contratar a una cuidadora que venga a casa, contrátela
con un par de
semanas de antelación. Si va a llevarlo a la guardería, vaya con su hijo
las
últimas semanas.
Vaya con su hijo; esa es la clave. No estamos
hablando de dejarlo solo con la canguro o en la
guardería, y volver al cabo
de una hora, y otro día al cabo de dos horas... Eso tal vez sea un
poco mejor
que dejarlo ocho horas de golpe; pero muy poco mejor. Lo que está haciendo
en
realidad es adelantar la separación en dos semanas, y desperdiciando parte
del precioso
tiempo que aún le queda para estar juntos.
No. Se trata de
que la canguro venga a casa y estén las dos con su hijo, o de que vaya usted
a
la guardería y permanezca allí con él una o dos horas. Si su hijo conoce a
la nueva cuidadora,
o el nuevo ambiente de la guardería, precisamente cuando
más angustiado está porque se ha
separado de usted, es probable que asocie
esas sensaciones desagradables al nuevo lugar o a
las nuevas
personas.
Vamos, que les cogerá manía. En cambio, las personas y lugares a
las que conoció en
momentos de felicidad (es decir, estando con usted) le
traen recuerdos agradables que le
ayudan a soportar la separación. Y también
se abre camino en su cabecita una vaga idea de
que “esta señora es amiga de
Mamá, puedo confiar en ella”.
Es posible que aún queden guarderías en que no
permitan la entrada de la madre. En mi
opinión, la negativa a que la madre
entre en la clase en cualquier momento que ella elija, y
permanezca junto a
su hijo durante todo el tiempo que ella desee, sería motivo suficiente
para
empezar a buscar otra guardería.
3.- Alguien estable. No es bueno que
un niño pequeño pase de mano en mano. Tanto las
abuelas como las guarderías
suelen cumplir este requisito de estabilidad; pero si contrata a
una canguro,
asegúrese de que realmente piensa dedicarse durante años a cuidar de su hijo,
y
no está simplemente buscando un empleo de verano.
4.- Alguien en quien
pueda confiar plenamente. Que trate a su hijo con cariño y respeto, que
jamás
le haga daño. Del padre, de los abuelos, de los tíos, usted ya sabe, por
experiencia de
años, qué puede esperar. Pero dejar a su hijo en manos de una
desconocida requiere un acto
de fe, y este es otro motivo por el que conviene
que no sólo su hijo, sino usted misma,
conozca a esas personas durante un par
de semanas, y valore durante horas su conducta hacia
el bebé.
Por
desgracia, de vez en cuando se descubren casos de malos tratos o abusos
sexuales. No
tenga miedo a parecer obsesiva o desconfiada; tiene usted todo
el derecho del mundo a
desconfiar, a pedir referencias, a hablar largo y
tendido con esa persona y “examinarla”
(“¿crees que es bueno cogerlos en
brazos?” “¿qué harás cuando llore?” “¿y si no quiere la
papilla?”). Al fin y
al cabo, le está usted confiando su bien más preciado, su propio hijo, y
en
el momento en que es más vulnerable. Si no se atreve a dejarle a esa
persona las llaves de su
casa, las llaves de su coche o su tarjeta de
crédito, ¿cómo se atreve a dejarle a su hijo?
La persona que cuide a su hijo
debe tener también la madurez y experiencia necesarias. Una
adolescente puede
ser adecuada para hacer compañía a un niño de seis años mientras usted va
al
cine; pero cuidar a un bebé no es lo mismo.
Las opciones en la
práctica1.- Abuelos y otros familiares. Deben tener, por
supuesto, ganas de encargarse de su hijo, y
salud y fuerza suficiente para
hacerlo. A veces vemos abuelas auténticamente explotadas, la
palabra es dura
pero real.
En el otro extremo, algunas madres podrían dejar a su hijo con un
familiar deseoso de
cuidarlo, pero no se atreven por temor a parecer
“aprovechadas”. En algunos casos, una
forma de superar esta situación es
pagar por el cuidado de su hijo, como pagaría si lo llevase
a la guardería.
Así puede obtener una buena atención para su hijo sin sentir que se
aprovecha,
y al mismo tiempo puede ayudar económicamente a unos abuelos con
una pensión escasa o a
una hermana en paro sin ofenderles.
2.- Alguien que
venga a casa a cuidar a su hijo. Puede ser una amiga o conocida que
necesite
un trabajo. Para buscar a una profesional, una buena opción es a
través de una guardería. Allí
van las estudiantes de puericultura a hacer
prácticas, y pueden recomendarle a alguna.
3.- Llevar a su hijo a casa de
otra persona. En ocasiones, tres o cuatro amigas con niños de
edades
similares se ponen de acuerdo, una cuida a todos los niños mientras las otras
trabajan,
y comparten sus ganancias. En algunos países, los gobiernos
facilitan y subvencionan estos
arreglos. En España, algunos ayuntamientos,
como el de Sant Feliu de Guixols, promueven
un servicio de cuidadoras de
niños, haciendo cursos de formación y dando a las cuidadoras
un
diploma.
4.- Llevar a su hijo a una guardería. En el momento actual, esta
suele ser la opción menos
recomendable, pues por desgracia la legislación
española permite ocho niños menores de un
año por cuidadora, y muchos más
después del año, lo que es absolutamente incompatible con
una atención
adecuada. Incluso una persona cariñosa, experimentada y dedicada no
tendrá
tiempo material para cuidar a ocho bebés. Sólo en darles de comer y
cambiar pañales se le
pasará casi todo el tiempo. En Estados Unidos, la ley
sólo permite cuatro niños por
cuidadora, y muchos expertos consideran que eso
es excesivo y que debería reducirse a tres.
El problema, por supuesto, es
económico. Las guarderías no se inventaron para satisfacer una
necesidad de
los niños, sino una necesidad del sistema capitalista, que necesita el trabajo
de
los padres para mantener niveles de producción y consumo adecuados, y por
tanto algo hay
que hacer con los niños. En Bielorrusia, donde las madres
disfrutan de una licencia de
maternidad de tres años (recuerdo del sistema
comunista), no hay guarderías. ¿Quién iba a
querer instalar una?
Por lo
tanto, el razonamiento no ha sido: “los niños necesitan tanto espacio,
tantas
cuidadoras, tantos materiales... todo esto cuesta tanto dinero, vamos
a ver de dónde lo
sacamos”, sino al revés: “disponemos de tanto dinero, vamos
a ver para qué nos llega”. Y la
cantidad de dinero disponible es sólo, por
definición, una pequeña parte de lo que gana la
madre, porque si no no le
saldría a cuenta ir a trabajar. Y en nuestra sociedad las madres
suelen ganar
menos que los padres. Así que sólo llega para grupos sobrecargados a cargo
de
cuidadoras mal pagadas (las puericultoras de la guardería deberían ganar
más que los
profesores de universidad, puesto que están haciendo un trabajo
más difícil, más delicado y
más importante).
Esta aberración se extiende
por toda la sociedad, contribuyendo a desprestigiar el cuidado de
los niños:
La hora de faenas domésticas se paga mejor que la hora de cuidado de niños
(¿qué
es más importante, que le dejen el suelo bien limpio o que atiendan
bien a su hijo de un
año?). La madre que toma la costosa (pues no cobra)
decisión de dedicarse plenamente a
cuidar a sus hijos durante meses o años no
es más que una “maruja”, y muchos en su entorno
se asombran o se compadecen
de ella porque “no hace nada” o “renuncia a su carrera”. En
cambio, la que
trabaja fuera de casa “se realiza”, sea cual sea ese trabajo: escribir a
máquina
durante horas, meter sardinas en una lata o incluso cuidar a ocho
bebés en una guardería.
Si necesita llevar a su hijo a una guardería, visite
varias y compruebe cuántos niños hay en
cada una, cómo les tratan, el
carácter y la simpatía de las señoritas, si dejan entrar a la
madre... Si
trabaja lejos de casa, si tiene que pasar cada dia una hora en el tren o el
autobús,
le conviene una guardería cercana a su lugar de trabajo: así puede
estar una hora más con su
hijo al ir, y otra al volver, y tal vez incluso
visitarle a la hora del bocadillo.
Cómo recuperar lo
perdidoOfrézcale a su hijo todo el cariño, el contacto
físico y la atención que pueda durante todo el
tiempo que pueda, por las
tardes y en los fines de semana. Acepte su conducta como normal,
reconozca
que sus llantos, protestas y exigencias no son “caprichos” ni indicios
de
malcriamiento, sino pruebas de amor.
Muchos bebés parecen iniciar
espontánemente un programa de “reducción de daños”.
Mientras su madre no
está, se pasan casi todo el rato durmiendo y no comen nada o casi
nada, ni
siquiera aceptan la leche que su madre se sacó y les dejó en la nevera. Luego
pasan
la tarde y la noche en danza y enganchados a la teta. Es agotador, pero
al mismo tiempo un
gran consuelo para la madre, que piensa “es como si no me
hubiera ido, no me echó de
menos porque estaba durmiendo”. Muchas madres que
trabajan deciden meterse al niño en la
cama por la noche; es la manera más
fácil de satisfacer las necesidades de pecho y contacto
de su hijo, y al
mismo tiempo dormir lo suficiente para poder mantener la cordura.
Recuerde,
el meollo de la conducta de apego, lo que su hijo instintivamente
necesita, es su presencia.
Incluso una madre dormida le sirve, al menos por
la noche. Ya ha tenido la tarde para mirarle
a los ojos, hablarle, jugar con
él... ahora puede dormir tranquila, que su hijo ya se
tranquilizará solito
cuando se despierte y la vea a su lado.
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